Francisco Bezerra sabía de sacrificios. Desde que era un joven había
aprendido que la vida no era fácil y que todo implicaba mucho trabajo y
esfuerzo. Lo reafirmó el día que conoció a María, una joven algo menor
que él, en una hacienda de San Pablo, Brasil.
Francisco había nacido en León, España, a fines del Siglo XIX y sus
padres habían migrado hacia Sudamérica. Brasil era el país elegido por
los Bezerra, por lo que Francisco se crió en un ambiente verde, tropical
en el que abundaban las plantas y los animales de todas las especies.
De joven había comenzado a trabajar en los campos que los brasileños
llamaban “fazendas”. Allí había conocido a María Delvas, una joven
encantadora que había visto durante los descansos de aquellas
interminables jornadas agotadoras. Pero la diferencia de clases era todo
un problema.
La familia de María tenía dinero y propiedades. La casa que habitaban
era de dos pisos, todo un símbolo de poder económico para aquella época
y más aun para Francisco, que era un humilde trabajador rural.
Pero los sentimientos entre ambos pudieron más que cualquier rechazo
social y un día Francisco le propuso escaparse. Ella aceptó.
Él pasó una noche con una carreta repleta de heno y María se arrojó
desde la ventana de la segunda planta. Todo salió como estaba planeado.
La hierba amortiguó el golpe y los dos enamorados tomaron rumbo
desconocido hasta que en el primer pueblo se casaron.
Cuando la familia de ella se enteró puso el grito en el cielo, pero
ya era tarde. Francisco y María eran marido y mujer y comenzarían a
planificar los próximos años de su vida en pareja. En Brasil tuvieron a
sus dos primeros hijos.
No se sabe bien porqué, pero los enamorados decidieron probar suerte
en otro lugar de Sudamérica. Y eligieron la Argentina. Primero llegaron a
Buenos Aires en 1919 y después tomarían rumbo a un destino
prácticamente desconocido, pero que prometía aventura: el territorio de
Neuquén, ubicado en la Patagonia virgen y salvaje. No lo hicieron solos.
Los padres de María los siguieron en aquella aventura. Con el dinero
que traían seguirían dedicándose al campo. Por eso compraron una chacra
en la zona de Valentina Sur.
Francisco y María buscaron suerte por otro lado. Él comenzó a
trabajar en una chacra donde el propietario le daba además el hospedaje y
ella hizo un curso de corte y confección por correo para diseñar la
ropa de las mujeres que de a poco comenzaban a conformar la nueva
sociedad neuquina.
Neuquén era por aquel entonces un caserío. La capital había sido
recientemente fundada en 1904, por lo que la zona era un desierto de
arena y piedras con todo por hacer.
Luego de vivir un tiempo en la chacra, Francisco logró construir su
vivienda propia en la calle Montevideo al 200 y a la vez logró un
trabajo formal como empleado del Concejo Municipal, cuyo titular era en
aquel entonces Amaranto Suárez.
Una de sus primeras tareas en el Municipio fue el cuidado de las dos
plazas que habían sido construidas en el centro: la Ministro González y
la Roca, pero el trabajo no era sencillo.
Neuquén sufría la falta de agua y la poca que había no alcanzaba para
abastecer a la comunidad de todos los años crecía de a poco.
Cierto día Bezerra le pidió a las autoridades que le compraran unas
mulas y un carro con un tanque para poder desempeñar mejor su trabajo.
Con esta nueva herramienta, Francisco no sólo regaría las plazas, sino
que también llevaría agua a las escuelas y a los vecinos que lo
necesitaran.
Todos los días el joven cumplía la misma rutina: se levantaba a
las 4 de la mañana, preparaba las mulas, salía a buscar agua y luego la
repartía, sin importar la estación del año ni siquiera el clima. Lo
hacía como un acto solidario que los propios vecinos se encargaban de
agradecerle. Todos lo querían.
En esas tareas se desempeñó a lo largo de cinco años hasta que luego
ingresó a la Policía territorial. Allí, el trabajo era tan intenso y
sacrificado como el otro.
En las épocas de inundaciones concurría con un grupo de presos y
rellenaba los enormes zanjones que el agua dejaba cuando bajaba
arrasando todo desde la barda. El trabajo consistía en traer tierra de
los médanos y hacer los parches para que las calles volvieran a estar
transitables. Los presos trabajaban con pico y pala, igual que el joven
entusiasta y emprendedor.
Francisco era tan querido y respetado por su trabajo que un día el
gobernador Enrique Pilotto le ofreció tierras para que se construyera su
vivienda más cerca del centro. Es que los cinco hijos que habían
agrandado la familia Bezerra tenían que caminar mucho desde la calle
Montevideo a la Escuela N°2.
“De la cárcel hasta el río, ¿cuánta tierra querés?“, le dijo el
gobernador. Francisco pensó un momento, pero rechazó la oferta. Le
explicó que el necesitaba algún terreno más accesible para hacer una
casa que no sean los que el mandatario le proponía y que estaban en
medio de jarillales y médanos.
Pilotto accedió y le dio finalmente un cuarto de manzana frente a la
plaza Ministro González, aquel espacio verde que él tanto cuidaba.
Con esfuerzo construyó su nueva vivienda y hasta se encargó de traer
la cañería de agua para hacer la red correspondiente. Luego ayudaría a
todos los vecinos de la manzana para que también accedieran al servicio.
Francisco Bezerra crió a su gran familia y trabajó durante toda su
vida colaborando con la comunidad neuquina, siempre con el mismo tesón y
el espíritu solidario que lo caracterizaron desde siempre.
Se cree que murió con aproximadamente 89 años porque no contaba con documentos que acreditaran su nacimiento.
Su nieta, la historiadora Elsa Bezerra, asegura que fue un hombre
feliz y un trabajador incansable, con el carácter tan particular que
tenían aquellos pioneros.
Sostiene que trabajó hasta que el cuerpo se lo permitió. Y se
emociona cada vez que vuelve a recordar los orígenes de su familia, que
comenzaron con una pareja de enamorados, allá lejos, en una fazenda de
Brasil.
(Publicado en el diario La Mañana de Neuquén)