domingo, 12 de abril de 2015

El aguatero romántico

Francisco Bezerra sabía de sacrificios. Desde que era un joven había aprendido que la vida no era fácil y que todo implicaba mucho trabajo y esfuerzo. Lo reafirmó el día que conoció a María, una joven algo menor que él, en una hacienda de San Pablo, Brasil.

Francisco había nacido en León, España, a fines del Siglo XIX y sus padres habían migrado hacia Sudamérica. Brasil era el país elegido por los Bezerra, por lo que Francisco se crió en un ambiente verde, tropical en el que abundaban las plantas y los animales de todas las especies.
De joven había comenzado a trabajar en los campos que los brasileños llamaban “fazendas”. Allí había conocido a María Delvas, una joven encantadora que había visto durante los descansos de aquellas interminables jornadas agotadoras. Pero la diferencia de clases era todo un problema.
La familia de María tenía dinero y propiedades. La casa que habitaban era de dos pisos, todo un símbolo de poder económico para aquella época y más aun para Francisco, que era un humilde trabajador rural.
Pero los sentimientos entre ambos pudieron más que cualquier rechazo social y un día Francisco le propuso escaparse. Ella aceptó.
Él pasó una noche con una carreta repleta de heno y María se arrojó desde la ventana de la segunda planta. Todo salió como estaba planeado. La hierba amortiguó el golpe y los dos enamorados tomaron rumbo desconocido hasta que en el primer pueblo se casaron.
Cuando la familia de ella se enteró puso el grito en el cielo, pero ya era tarde. Francisco y María eran marido y mujer y comenzarían a planificar los próximos años de su vida en pareja. En Brasil tuvieron a sus dos primeros hijos.
No se sabe bien porqué, pero los enamorados decidieron probar suerte en otro lugar de Sudamérica. Y eligieron la Argentina. Primero llegaron a Buenos Aires en 1919 y después tomarían rumbo a un destino prácticamente desconocido, pero que prometía aventura: el territorio de Neuquén, ubicado en la Patagonia virgen y salvaje. No lo hicieron solos. Los padres de María los siguieron en aquella aventura. Con el dinero que traían seguirían dedicándose al campo. Por eso compraron una chacra en la zona de Valentina Sur.
Francisco y María buscaron suerte por otro lado. Él comenzó a trabajar en una chacra donde el propietario le daba además el hospedaje y ella hizo un curso de corte y confección por correo para diseñar la ropa de las mujeres que de a poco comenzaban a conformar la nueva sociedad neuquina.
Neuquén era por aquel entonces un caserío. La capital había sido recientemente fundada en 1904, por lo que la zona era un desierto de arena y piedras con todo por hacer.
Luego de vivir un tiempo en la chacra, Francisco logró construir su vivienda propia en la calle Montevideo al 200 y a la vez logró un trabajo formal como empleado del Concejo Municipal, cuyo titular era en aquel entonces Amaranto Suárez.
Una de sus primeras tareas en el Municipio fue el cuidado de las dos plazas que habían sido construidas en el centro: la Ministro González y la Roca, pero el trabajo no era sencillo.
Neuquén sufría la falta de agua y la poca que había no alcanzaba para abastecer a la comunidad de todos los años crecía de a poco.
Cierto día Bezerra le pidió a las autoridades que le compraran unas mulas y un carro con un tanque para poder desempeñar mejor su trabajo. Con esta nueva herramienta, Francisco no sólo regaría las plazas, sino que también llevaría agua a las escuelas y a los vecinos que lo necesitaran.
    Todos los días el joven cumplía la misma rutina: se levantaba a las 4 de la mañana, preparaba las mulas, salía a buscar agua y luego la repartía, sin importar la estación del año ni siquiera el clima. Lo hacía como un acto solidario que los propios vecinos se encargaban de agradecerle. Todos lo querían.
En esas tareas se desempeñó a lo largo de cinco años hasta que luego ingresó a la Policía territorial. Allí, el trabajo era tan intenso y sacrificado como el otro.
En las épocas de inundaciones concurría con un grupo de presos y rellenaba los enormes zanjones que el agua dejaba cuando bajaba arrasando todo desde la barda. El trabajo consistía en traer tierra de los médanos y hacer los parches para que las calles volvieran a estar transitables. Los presos trabajaban con pico y pala, igual que el joven entusiasta y emprendedor.
Francisco era tan querido y respetado por su trabajo que un día el gobernador Enrique Pilotto le ofreció tierras para que se construyera su vivienda más cerca del centro. Es que los cinco hijos que habían agrandado la familia Bezerra tenían que caminar mucho desde la calle Montevideo a la Escuela N°2.
“De la cárcel hasta el río, ¿cuánta tierra querés?“, le dijo el gobernador. Francisco pensó un momento, pero rechazó la oferta. Le explicó que el necesitaba algún terreno más accesible para hacer una casa que no sean los que el mandatario le proponía y que estaban en medio de jarillales y médanos.
Pilotto accedió y le dio finalmente un cuarto de manzana frente a la plaza Ministro González, aquel espacio verde que él tanto cuidaba.
Con esfuerzo construyó su nueva vivienda y hasta se encargó de traer la cañería de agua para hacer la red correspondiente. Luego ayudaría a todos los vecinos de la manzana para que también accedieran al servicio.
Francisco Bezerra crió a su gran familia y trabajó durante toda su vida colaborando con la comunidad neuquina, siempre con el mismo tesón y el espíritu solidario que lo caracterizaron desde siempre.
Se cree que murió con aproximadamente 89 años porque no contaba con documentos que acreditaran su nacimiento.
Su nieta, la historiadora Elsa Bezerra, asegura que fue un hombre feliz y un trabajador incansable, con el carácter tan particular que tenían aquellos pioneros.
Sostiene que trabajó hasta que el cuerpo se lo permitió. Y se emociona cada vez que vuelve a recordar los orígenes de su familia, que comenzaron con una pareja de enamorados, allá lejos, en una fazenda de Brasil.
(Publicado en el diario La Mañana de Neuquén)