Pasaron 43 años de aquel viaje a Buenos Aires. Marcelo
estaba muy enfermo y ni en Taquimilán, su pueblo natal, ni en Neuquén estaban
las herramientas para curarlo de un cuadro gastrointestinal que amenazaba con
quitarle la vida.
Un vuelo sanitario lo llevó a la gran ciudad cuando tenía 5
años junto a su mamá, Cristina Figueroa.
Allí le dijeron que deberían internarlo para hacerle un tratamiento complejo e
intenso. Pero a medida que el tiempo pasaba, la familia no estaba en condiciones
de acompañarlo en aquel proceso de recuperación. En Taquimilán había otros seis
hijos que atender y los recursos eran muy escasos. Alguien les dijo que el
mismo Estado se haría cargo de trasladarlo de regreso a Neuquén, pero eso no
ocurrió. Marcelo estuvo un año internado hasta que finalmente mejoró, pero ante
la ausencia de sus padres, en el hospital lo entregaron en adopción.
La familia siempre tuvo presente que en Buenos Aires había
quedado Marcelo, pero sin recursos era imposible recuperarlo. En la década del
60 era difícil viajar desde Taquimilán -apenas un pequeño caserío en ese
entonces- a Neuquén. Por lo que hacerlo a la Capital Federal era una aventura
impensable. Suponían que el nene estaba bien y que tendría la contención de
alguien, probablemente del mismo Estado o de alguna familia que lo cuidara, que
fue lo que finalmente ocurrió.
Con el correr de los años, los hermanos de Marcelo
decidieron ocuparse del tema para regresarlo a la familia. ¿Pero cómo? Lo único
que tenía la madre era el acta de nacimiento con su nombre y la fecha en que
había nacido. Tenían que buscar a un tal Marcelo Figueroa entre millones de
personas. Lo intentaron una y otra vez, pero fue en vano. Es que su nombre era
muy común y había pasado demasiado tiempo.
Cierto día, Cristina, una de las hermanas, decidió pedirle
ayuda al intendente de Taquimilán, Juan Carlos Montecino. Le comentó que quería
ir al programa de televisión Los unos y los otros, que se dedica a encontrar
gente perdida. Pero el jefe comunal pensó que lo mejor sería que una de sus
colaboradoras, la asistente social Nely Miranda, se ocupara personalmente del
tema y comenzara a rastrear todos los datos posibles.
Después de un trabajo minucioso y paciente, Miranda encontró
lo que tanto buscaba. Una familia de apellido Fernández había adoptado a un
nene que se llamaba Marcelo y que había estado internado en un hospital público
de Buenos Aires en la década del 60. ¿Sería él?
Miranda siguió con la nueva pista hasta que finalmente se
comunicó con la familia y logró dar con Marcelo Fernández, un hombre de 48 años
que se dedicaba al comercio en el rubro electricidad industrial. Era él, con el
apellido de sus padres adoptivos.
Marcelo conocía sus raíces porque de chico le habían contado
toda la historia, por lo que inmediatamente supo que la gente de Taquimilán que
lo buscaba era la familia que lo había criado hasta los 5 años.
Cuando los Figueroa recibieron la noticia no lo podían
creer. Marcelo, el nene que había quedado internado en Buenos Aires hacía 43
años, estaba vivo y tenía intenciones de reencontrarse con sus padres y
hermanos. ¿Pero cuándo?
Un vuelo de Aerolíneas Argentinas lo trajo a la ciudad de
Neuquén la mañana del miércoles. En el aeropuerto estaba un grupo de familiares
emocionados esperándolo con un enorme cartel de bienvenida. Entre ellos,
Cristina, su mamá, que ahora está por cumplir 87 años. Estaba expectante,
emocionada, incrédula aún de volver a ver a su hijo.
Cuando los pasajeros del vuelo comenzaron a ingresar al
salón del aeropuerto, no hizo falta adivinar demasiado quién de todos los
presentes era Marcelo. El parecido con su madre y sus hermanos era increíble.
El primer gesto reflejo fue una sonrisa nerviosa. Después un abrazo
interminable y muchas lágrimas. Una explosión de sentimientos que estuvo
contenida durante 43 años.
El grupo familiar se sacó fotos para inmortalizar aquel
momento e inmediatamente partió rumbo a Taquimilán, donde lo esperaba el resto
del familión que hoy componen los Figueroa. Todos querían verlo.
En la entrada del pueblo, sobre la Ruta 40, se apostaron
parientes, amigos y vecinos de la comunidad que hoy tiene apenas 1200
habitantes. También estaba el intendente, principal gestor de aquel
reencuentro. Los carteles se repetían: “Bienvenido, Marcelo”. Luego, la
caravana siguió hasta la casa de los Figueroa, donde ya se había organizado una
fiesta sin fin para recibirlo. Se asaron lechones, chivos, se cocinaron
cazuelas y se encendieron fuegos que se mantuvieron vivos hasta la noche para
darle calor a un gran baile popular que se extendió hasta que el cansancio pudo
más que la emoción.
Marcelo, el nene que había perdido a su familia en Buenos
Aires hace 43 años, volvía a sus raíces. Regresaba a su Taquimilán a
reencontrarse con los paisajes de su remota infancia, con los olores de la casa
donde nació, con la tierra de las calles en las que aprendió a caminar.
Retornaba con el mandato que tiene la sangre para cumplir el sueño que se
repitió tantas veces en su vida: volver a sentir el amor de sus hermanos y el
calor único e inconfundible que tiene el abrazo de una mamá.
Publicado en Lmneuquen
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