jueves, 11 de junio de 2015

Más allá de las fronteras



Bwinya había parido a su hijo en medio de la selva congoleña, sin más conocimientos que el que manda el instinto de mujer y con la ayuda de algunas aldeanas amigas. El parto había sido tan terrible y doloroso que al momento de nacer la criatura le produjo un desgarro que le unió la vagina y el ano en un solo conducto. El esfínter había desaparecido y con él la posibilidad de controlar las necesidades que ahora atentaban contra su pudor y ponían en riesgo su vida.
Bwinya, una refugiada ruandesa tutsi, sabía que la única posibilidad de salvación era aquel campamento alejado de médicos extranjeros que habían llegado hace poco. Por eso tomó coraje y se lanzó en una tortuosa caminata de más de ocho horas en busca de ayuda.
Llegó exhausta y dolorida. No hizo falta que explicara nada. Cuando la ginecóloga la vio, quedó impresionada por el tamaño de la herida y se conmovió aún más cuando la paciente le contó que su mayor preocupación era que no pudiera volver a quedar embarazada y que, por este motivo, su hombre la rechazara. Tenía miedo de quedar relegada en su comunidad como mujer y esposa.
María Laura Vasilchin había llegado a Kalonge, República Democrática del Congo, en una de las tantas misiones que realizó por el mundo junto a la organización Médicos Sin Fronteras (MSF).
Nacida en Neuquén hace 36 años y criada en Allen, supo desde que era una niña que su destino era la medicina. Se lo había dicho a sus padres cuando apenas tenía 8 años. “Les decía que quería ser médica para ir a curar enfermos a África”, recordó.
Luego de cursar sus estudios de medicina y de recibir el título de ginecóloga y obstetra en la Universidad Favaloro, María Laura decidió unirse a MSF para aportar sus conocimientos en aquellas tierras lejanas dominadas por el hambre, la violencia y la miseria humana. Así fue que conoció Liberia, Etiopía, el Congo, Haití, Afganistán y Palestina, donde atendió a centenares de personas. Fue en esas tierras donde compartió el dolor de sus pacientes, convivió con la pobreza y fue testigo de casos increíbles, esos que nunca hubiese imaginado, como el de aquella pobre mujer que se había desgarrado en el parto.
Después de esperar varios días, debido a las urgencias que había que atender, María Laura habló con Bwinya y le dio la buena noticia. “Te voy a operar hoy mismo”, le dijo. La mujer comprendió inmediatamente, aun sin conocer el idioma.
Esa tarde, una cortina de agua se colgaba pesada sobre la selva congoleña, inundando los pocos claros que se destacaban entre la vegetación. El quirófano del campamento estaba listo, igual que el anestesista que la asistiría en aquella delicada operación.
En medio del diluvio, María Laura unió músculos, cosió carnes y reconstruyó órganos. Lo hizo de manera paciente y dedicada durante varias horas. Por momentos se abstrajo de aquella postal irreal. Le costaba creer que era ella la que estaba en medio de la selva, bajo un aguacero despiadado, operando a una desdichada, cuyo destino dependía de su pericia y sus conocimientos. Esa sensación ya la había sentido en otros momentos. Era algo increíble y a la vez placentero.
Durante todos los años de trabajo comunitario, María Laura aprendió a convivir con los vaivenes emocionales de su profesión. Sintió la impotencia cuando no pudo hacer nada frente a la muerte, y tuvo la satisfacción cuando logró salvar una vida. Más de una vez salió del dolor para pasar inmediatamente a la alegría por aquellos triunfos insignificantes y enormes a la vez. Y tuvo como el mejor reconocimiento la gratitud de esas personas, a las que logró cambiarles la realidad y su calidad de vida. Aquellos que cuando la cruzaban la saludaban efusivamente y le tiraban besos.
Eso fue lo que sucedió con esa mujer a la que operó exitosamente durante aquel diluvio inolvidable. Después de varios días, Bwinya evolucionó y volvió a su pueblo, feliz de tener la oportunidad de ser madre otra vez, más allá de los riesgos propios de la realidad y su entorno.
María Laura se quedó en el campamento atendiendo urgencias y ayudando a otros, como a lo largo de toda su carrera profesional. Lo hizo con la convicción de que bien vale asumir riesgos para modificar la vida de una persona. O aceptar sacrificios para intentar cambiar las sentencias que a veces dicta el destino.


Descanso luego de las misiones

Hace dos años que María Laura Vasilchin vive en la Argentina y está alejada de las misiones humanitarias de la organización Médicos Sin Fronteras, de las que fue parte durante casi toda su vida profesional.
Además de ejercer su profesión en la salud pública y privada de Allen, se recibió de sexóloga, actividad que también comparte con la misma dedicación y vocación.
¿Volver a África? “Es una posibilidad”, aseguró. Y dijo que tal vez sea dentro de un par de años o cuando se jubile. La propia necesidad de ayudar le dirá cuándo es el momento justo para iniciar una nueva aventura solidaria.

(Publicado en el diario Lmneuquen)

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