martes, 30 de junio de 2015

Juan Balderrama, el demonio que bajó a caballo en el norte neuquino




Juan Balderrama era un tipo malo, un forajido despiadado, un bandolero que no se conmovía a la hora de robar o matar.

En 1909 todo el norte neuquino estaba aterrorizado con sus andanzas regadas de sangre y furia, y las noticias sobre sus asaltos y crímenes corrían de boca en boca en cada pueblo o paraje.
Balderrama era el cabecilla de una banda que también integraban Desiderio Troncoso, Juan Sepúlveda, Clodomiro Parada y Luis Navarrete, bandoleros que lo acompañaban en cada golpe y que no eran menos brutales que su líder. Pero ninguno se destacaba como Balderrama. Él era el jefe, el que planeaba los asaltos, daba las órdenes y repartía los botines.
Se cree que las andanzas del grupo de forajidos habían comenzado a fines del siglo XIX, pero no fue hasta aquel invierno de 1909 en que se hizo famoso por cuatro crímenes que cometió en menos de un mes.
La seguidilla de golpes comenzó con el asalto a un almacén de Andacollo, donde robó mercadería y oro que la dueña, de apellido Fuentes,  le había comprado a mineros del lugar. Dos días después, la banda atacó el comercio de Bonifacio Herrera. Los bandoleros amenazaron al propietario y dispararon contra una mujer que resultó herida, pero de milagro no murió.
Sin embargo, el atraco más sangriento ocurriría luego en un comercio, cuyos dueños eran dos ciudadanos de origen árabe de apellido Cura y Wette. Balderrama les pidió dinero y, ante la negativa de los propietarios, los asesinó de varios balazos. Los ladrones se llevaron mercadería y armas, pero antes de salir el jefe ordenó a sus secuaces a disparar contra los cadáveres de los dos hombres que yacían en el piso del almacén. La autopsia reflejaría que uno recibió 39 disparos y el otro 30.
La noticia del brutal crimen generó un fuerte impacto en la comunidad norteña y en el resto del territorio. En cada pueblo y paraje no se hablaba de otra cosa. El sanguinario Balderrama había atacado con extremada crueldad y estaba dispuesto a seguir con su derrotero sangriento.
La Policía de Andacollo organizó una partida de milicos para darle caza y estuvo a punto de conseguirlo cuando una noche alguien le pasó el dato de que Balderrama y su gente se encontraban en el comercio de Adolfo D’Achary. Los policías llegaron al lugar y se enfrentaron contra los bandoleros, pero no pudieron atraparlos. Solo Navarrete cayó herido de muerte, igual que un sargento de apellido Fuentes. La banda huyó en la oscuridad.
A los pocos días,  Balderrama apareció solo por el paraje Ranquilón, en el departamento Ñorquín, y un policía del lugar -sin saber quién era- se acercó para identificarlo. La respuesta fueron 6 balazos que lo mataron en el acto. Una vez más, volvió a desaparecer, pese al cerco policial que se había montado.
A medida que mataba y escapaba, la figura de Balderrama se hacía más grande entre la gente que a esa altura vivía atemorizada. En los pueblos se hablaba que el mismo demonio había bajado en el norte neuquino y se sostenía que la clave de sus efectivas huidas era su caballo, un imponente zaino del que los pueblerinos decían que tenía poderes sobrenaturales. “El animal le anticipa las nevazones y las tormentas, y lo guía en las noches sin luna por cualquier despeñadero”, comentaban en los boliches. “El caballo vuela por los cerros cuando se le acerca la milicada”, decían en los fogones. “Cuando él se acuesta, el caballo le hace de campana y si hay peligro, lo despierta con un relincho”, sostenían en las reuniones para el asombro y el terror de los presentes.
Los dueños de los boliches habían decidido cerrar sus puertas durante la noche por temor a ser asaltados y en cada vivienda los moradores tenían los Winchester listos para disparar por si el forajido aparecía. Las mujeres no querían salir a la calle por temor a encontrárselo.
Los policías, en tanto, se arengaban entre sí. Se convencían de que no había que tenerle miedo, que Balderrama era nada más que un hombre y no un demonio como comentaba la gente. Y que el animal que montaba era un caballo normal, aunque muy rápido. Pero no tenía poderes celestiales ni era cómplice del bandido. “¿Les tienen miedo a los caballos? Bueno, Balderrama tiene un caballo nomás, igual que los nuestros”, predicaban los jefes a sus tropas.
Entre las decenas de partidas que organizaron los comisarios de los pueblos para perseguirlo, una comisión tuvo la oportunidad histórica de cruzárselo, aunque no se trataba de un grupo numeroso sino de dos policías: el subcomisario Tránsito Álvarez y el agente Guerrero.
Cuando los milicos vieron al forajido quedaron impresionados, pero inmediatamente reaccionaron. Balderrama desenfundó su revólver y disparó, pero sin suerte. El agente hizo lo propio y el proyectil impactó en el cuerpo del bandido que cayó dolorido y sin posibilidades de incorporarse. Los policías se acercaron lentamente y le advirtieron que si intentaba algo lo rematarían allí mismo. Luego de separarlo del arma y de constatar que no representaba peligro, lo ataron de pies y manos y lo llevaron como un trofeo a la comisaría, junto al caballo del que todo el mundo hablaba.
La noticia corrió inmediatamente por todos los pueblos y la gente volvió a vivir tranquila. “¡Atraparon a Balderrama!”, gritaban. “¡Cayó el demonio!”, festejaban.
Sin su líder, el resto de los bandidos que lo acompañaban no tardaron en ser capturados. Todos finalmente fueron trasladados a las respectivas comisarías a la espera del juicio que, como era de esperar, acaparó la atención de toda la comunidad.
Balderrama y Sepúlveda fueron sentenciados a pena de muerte, pero finalmente ambos terminaron con reclusión perpetua en la prisión de Tierra del Fuego. El resto fue condenado con penas de 25 y 10 años.
El caballo de Balderrama, aquel animal de poderes sobrenaturales que anticipaba las nevazones y tormentas, que era capaz de volar por los cerros y hacer de vigía mientras su dueño dormía, tuvo mejor suerte. A partir de ese día pasó a ser el caballo del jefe de la Policía.




Un trágico final para los bandidos
Juan Balderrama, el asesino que mantuvo en vilo al norte neuquino, intentó fugarse del Presidio de Tierra del Fuego el 30 de noviembre de 1914 y murió por el disparo de un guardia. Desiderio Troncoso también escapó de esa cárcel la misma fecha, pero fue recapturado y muerto en la isla Hoste (Chile). Juan Manuel Sepúlveda fue embarcado en el transporte Vicente Fidel López con destino a Río Gallegos el 19 de febrero de 1918. De Clodomiro Parada nunca se supo nada


Fuentes: Testimonio del comisario de los territorios nacionales Carlos Alberto Contreras y expedientes policiales de los territorios nacionales de Neuquén y Tierra del Fuego,  recopilados por Tomás Wagner..
Publicado en Lmneuquen.

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