“¡Que se cayó el Comet, te
digo!”, gritó desaforado un hombre mientras corría detrás de una
muchedumbre, sobre la calle Primeros Pobladores. “Chocó contra el
puente”, agregó desde lejos con un hilo de voz.
Corría 1959 y la ciudad de Neuquén estaba conmocionada con la llegada
del De Havilland Comet IV, uno de los seis poderosos aviones comerciales
de pasajeros que había adquirido la empresa Aerolíneas Argentinas.
La llegada del moderno aparato a Neuquén había sido difundida por LU5
como una gran noticia y en la población todo era expectativa. Es que el
Comet IV era una maravilla de la tecnología, un verdadero coloso del
aire que cubriría rutas internacionales, especialmente hacia Estados
Unidos y Europa. Tenía capacidad para 80 pasajeros y contaba con cuatro
poderosos turborreactores Rolls Royce”, cuya excepcional potencia le
permitieron alguna vez marcar un récord de velocidad en su viaje desde
Inglaterra.
La empresa De Havilland había construido estas nuevas máquinas con el
objetivo de dejar atrás versiones anteriores que habían sufrido varios
accidentes con un número alto de víctimas. El Comet IV era lo mejor y
por eso todo el mundo estaba expectante con su llegada.
Como parte de las pruebas y el entrenamiento de los pilotos, Aerolíneas
Argentinas había decidido realizar un vuelo experimental a Neuquén, que
recién había alcanzado el título de provincia para dejar de ser
territorio nacional.
El día de la llegada, una muchedumbre fue a ver el aterrizaje a la
pista del entonces aeroclub de la ciudad. “En minutos, aterrizará en
Neuquén el Comet IV”, lanzó el locutor de LU5. E inmediatamente agregó:
“Se van a dar cuenta por el sonido de sus motores”.
En efecto, ese día la gente esperó ansiosa el sonido de aquellos cuatro
turborreactores de los que tanto hablaban. Es que en rigor de la
verdad, muy pocos habían escuchado alguna vez algo semejante. “¿A qué se
parecerán? ¿Tan fuerte suenan?”, se preguntaban.
Lo cierto es que apenas el imponente Comet IV surcó el Alto Valle de
Río Negro y Neuquén, toda la comunidad se dio cuenta de su llegada. El
rugido de los poderosos motores dejó boquiabierto a más de uno y fue el
gancho más convocante que pudo haber para verlo en el aeroclub.
Durante las horas que el aparato estuvo en la pista, decenas de
curiosos se acercaron a admirarlo. “En Neuquén aterrizó el Comet IV”,
repetían en LU5.
La misma expectativa revivió cuando el piloto volvió a encender los
motores para emprender el regreso. “Atención, señoras y señores, el
Comet IV está por despegar”, se anunció en la radio.
La ciudad se volvió a paralizar a la espera de aquel rugido estrepitoso
surcando por el cielo. La pesada aeronave carreteó por la pista
principal y a la altura de los límites con Plottier tomó altura y giró a
la izquierda para retomar la ruta con destino a Buenos Aires de manera
rasante sobre Neuquén.
El silencio de la tarde volvió a quebrarse como las hojas del otoño y
la tranquilidad quedó a un lado frente al bramido de los cuatro Rolls
Royce que parecían mucho más potentes que cuando sonaron en la llegada.
Pero algo pasó. Alguien llamó a la Policía y luego a la radio. Y
posteriormente a los Bomberos: “¡El Comet IV se estrelló contra el
puente!”.
Con la velocidad de los rumores, la noticia comenzó a correr por todo
el pueblo. “¡Se cayó el Comet IV!”. Algunas personas decidieron
dirigirse hasta la confluencia de los ríos para ver qué había pasado y a
medida que corrían por el centro hacia el puente, el pequeño grupo se
iba nutriendo de más vecinos que querían ser testigos. “¿Qué pasó?”,
gritaban cuando veían correr a los desquiciados. “¡El Comet IV se tragó
el puente!”, respondían. Y así se iban sumando más. “¡Dios mío! El Comet
IV se estrelló”, repetían unos y otros.
A la altura de la calle Primeros Pobladores, un verdadero malón se
dirigía exhausto en medio de la polvareda. Algunos habían optado por
hacerlo por la Ruta 22. Había gente corriendo. Otros lo hacían en
bicicleta y hasta montados a caballo. Muy pocos tenían la suerte de
llegar en vehículo. Los bomberos y la Policía también se dirigieron
raudamente, aunque el tránsito era dificultoso.
Finalmente, el gentío llegó jadeando hasta la zona del monolito y el
ingreso al puente y comenzó a mirar con desesperación a uno y otro lado
en busca de humo, fuego o los restos retorcidos del avión. Pero al cabo
de unos minutos, y ante el imponente y manso paisaje ribereño,
comenzaron a mirarse unos con otros, como preguntándose “¿y el Comet
IV?”.
Con el transcurso de los minutos y ante la inapelable evidencia, la
muchedumbre que había llegado desesperada para ver el accidente se dio
cuenta de que había sido víctima de una broma de mal gusto o de un rumor
infundado.
En silencio algunos, a las puteadas otros. Todos volvieron caminando
despacio, como si se tratara de una peregrinación desconcertada,
defraudada por la propia realidad. Poco antes de llegar al centro, el
grupo se fue desmembrando hasta que de a pares, tríos o en forma
solitaria, cada uno regresó a su hogar.
Aquella noche, a la hora de la cena, fue el tema obligado de
conversación en cada mesa. Por Neuquén había pasado el Comet IV, aquel
avión de motores infernales, esa máquina moderna y poderosa que pasó
volando bien bajito, a ras del pueblo y muy cerquita del puente.
Agradecimiento: a Tomás Heger Wagner, por su invalorable aporte testimonial.
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