Eduardo Castro Rendón lo reconoció enseguida, pese a los gestos desencajados de dolor.
Todo su cuerpo era un revuelto de trapos ensangrentados. La
mirada se perdía por momentos y la respiración se hacía cada vez más
dificultosa. “Fue el comisario Fernández”, dijo con un hilo de voz.
El médico neuquino le pidió que no hablara, que se quedara quieto.
Cuando llegaran a Resistencia le atenderían las graves heridas. Intentó
contenerle las hemorragias con lo que podía. En el vagón del tren no
había nada de utilidad. El tenía su maletín de médico, pero poco era lo
que podía hacer.
¿Cómo era que ambos se habían encontrado en aquel viaje, tan lejos de la Patagonia?
Emilio Rodríguez Iturbide había sido uno de los pioneros de la
capital neuquina y un casi desconocido protagonista de la historia de
Neuquén. Había sido él bajo las órdenes de Eduardo Talero el que había
organizado todo el traslado desde Chos Malal a la Confluencia para
fundar la capital del territorio.
Oriundo de una familia española que había llegado de Chile, Emilio
había ocupado el cargo de tenedor de libros, durante la gobernación de
Carlos Bouquet Roldán, su “cuñado”, debido al imprevisto amor de su
hermana Sara con aquel político casi 30 años mayor que ella.
Emilio había ocupado también el cargo de gobernador interino del
Neuquén en agosto de 1912, durante dos semanas, entre dos períodos
gubernamentales de Eduardo Elordi.
Su trabajo administrativo había sido tan eficaz que en 1914 fue
nombrado Inspector de Territorios Nacionales. Luego, en 1930 fue
nombrado comisario Inspector de Policía en la ciudad de Presidente Roque
Sáenz Peña, lugar donde decidió recluirse para atenuar el dolor por la
muerte de su hijo Aurelio, durante un accidente náutico en Buenos Aires.
Emilio sabía de dolores y frustraciones. Su primer matrimonio había
fracasado y por eso, en 1916 se había reencontrado con la felicidad al
casarse con Micaela Eirin, una mujer que lo contenía y lo acompañaba en
todos sus viajes. Sin embargo, la desdicha parecía acompañarlo a cada
lugar.
Tres meses antes, su nueva esposa había muerto por una repentina enfermedad y el destino lo había dejado nuevamente solo.
Aquel 17 de abril de 1945 Emilio viajaba desde Buenos Aires a su casa
de Resistencia, como lo hacía tantas veces. En la estación Charadai, ya
en territorio chaqueño, decidió bajarse para estirar las piernas y
tomar un poco de aire.
Emilio se desperezó, levantó los brazos y sintió el olor de la
naturaleza, tan distinto al de las estaciones de las grandes ciudades.
Pero el pequeño placer duró poco.
Un hombre que se había bajado de otro vagón se le abalanzó apenas lo
reconoció. “¡Por tu culpa me quedé sin trabajo, hijo de puta!”, vociferó
con un cuchillo en la mano.
Adeostato Antonio Fernández era un policía chaqueño que había sido
expulsado de la fuerza por un sumario que Emilio le había realizado, a
pedido del ex gobernador Solari. El hombre, furioso, aprovechó la
sorpresa del neuquino y lo apuñaló en el abdomen. Lo hizo una y otra vez
hasta que Emilio cayó de rodillas doblado de dolor. Luego escapó.
Un transeúnte que caminaba por allí y vio el ataque lo socorrió.
“Lléveme de vuelta al tren”, le pidió desesperado tratando de contener
la sangre que le salía a borbotones de su abdomen.
Cuando la noticia comenzó a correr entre los pasajeros y el tren
estaba a punto de reanudar su viaje, uno de los viajeros se identificó
como médico. Era el doctor Eduardo Castro Rendón, que
circunstancialmente viajaba en otro de los vagones para realizar un
trabajo en Resistencia.
El médico lo vio y lo reconoció de inmediato. “Usted es…”. El moribundo asintió con su cabeza.
Castro Rendón lo revisó y descubrió 30 heridas abiertas y sangrantes
diseminadas por todo el cuerpo. “Trate de aguantar que falta poco para
llegar a Resistencia”, le dijo a modo de consuelo, pero sabiendo que el
destino de la víctima estaba sellado.
Poco antes de la estación de Cotelai y cuando todavía faltaba mucho
para llegar a la capital, Emilio murió. Antes logró decirle a Castro
Rendón quién había sido su asesino y el por qué de semejante agresión.
Emilio Rodríguez Iturbide fue una pieza importante de la historia de
Neuquén. Fue un personaje destacado y poco conocido, un prócer de bajo
perfil que encontró la muerte de manera violenta y absurda, muy lejos de
la Patagonia, en una estación del ferrocarril.
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