martes, 22 de septiembre de 2015

El fantasma y los vivos



“Yo la vide mi coronel…. La vide con mis propios ojos”, dijo el policía casi sin aliento.
“Era horrible…. Toda chascona y con una mirada que …”.
El cabo no alcanzó a terminar la frase que enseguida hizo la señal de la cruz dos veces seguidas y levantó la vista como invocando algún poder divino para su protección.
“¡No me va a decir que usted también cree en fantasmas, Benavidez!”, dijo el coronel Manuel Olascoaga tratando de no perder la paciencia.
“¿Y qué hizo cuándo la vio?”, volvió a repreguntar.
“Y… me juí corriendo… ¿qué quiere qué haga mi coronel?”
Corría 1891 y hacía tiempo que en la tranquila Chos Malal se hablaba insistentemente que un fantasma andaba rondando el pueblo.
Los testimonios se multiplicaban y, por coincidencia o efecto reflejo, todos describían lo mismo: una mujer de cabello largo, muy delgada y blanca como la nieve que emitía sonidos guturales y hacía ademanes cada vez que se cruzaba con algún vecino. Luego desaparecía misteriosamente.
Algunos decían que se trataba de un alma en pena que se negaba a abandonar el mundo de los vivos y que únicamente se iría si se llevaba a algún mortal con ella.
El cura de la ciudad ya estaba al tanto del tema., pero no tenía muchas explicaciones. Decía que había que rezar y que en lo posible nadie enfrentara al fantasma. Es más, hasta hacía recomendaciones a las niñas y jovencitas, puesto que había testigos que aseguraban que el fantasma andaba ligero de ropas.
Olascoaga, que por entonces había asumido el cargo de primer gobernador del territorio neuquino, había escuchado la historia mil veces. Se la habían contado colaboradores, funcionarios, amigos, vecinos… y realmente estaba harto del tema.
El militar no creía que se tratara de un fantasma como todo el mundo decía. Estaba convencido de que el fantasma era alguien que se disfrazaba y se dedicaba a asustar a la gente como una manera de divertirse. Es más, hasta casi tenía la certeza de que podría tratarse de un hombre con ropas de mujer y alguna cabellera improvisada con lana de oveja.
“Benavidez: vaya y dígale a su jefe que me venga a ver urgente. ¿Me entiende? ¡Urgente!”, gritó el gobernador. El policía salió corriendo.
En forma paralela, Olascoaga convocó a todos sus colaboradores a una reunión inmediata porque tenía que darles a conocer una noticia muy importante.
Una vez reunido todo el equipo en su despacho, el gobernador comenzó a caminar lentamente con los brazos cruzados en la espalda y mirándolos a todos de reojo. El silencio y la intriga mantenían a todos expectantes.
“Si hay alguien de ustedes que no cree en el fantasma que dicen que anda dando vueltas que levante la mano”, dijo Olascoaga sin dejar de caminar. Todos se miraron de reojo, pero los brazos seguían en su lugar.
“Entonces todos creen”, dijo con tono seco. Nadie contestó.
El gobernador se paró por un momento frente a su escritorio y levantó un papel con la punta de los dedos y se los mostró.
“Este es un decreto que acabo de firmar. A partir de ahora, es una obligación para cualquier policía disparar su arma si llega a encontrarse con el fantasma. El que no lo haga será dado de baja”, dijo paseándose frente a la fila de colaboradores y manteniendo el papel con la mano en alto.
“Además vamos a ofrecer un premio de 20 pesos para aquel que logre capturarlo. Quiero que se entere todo el pueblo”, ordenó.
La noticia del decreto corrió más rápido que el viento y a partir de ese día terminaron definitivamente los avistamientos de fantasmas en todo Chos Malal.
Cuentan algunos que ante semejante amenaza, el alma en pena finalmente abandonó el mundo terrenal.
Cuentan otros que algún vivo recapacitó y prefirió no arriesgarse. No fuera cosa que un chumbazo lo pasara de verdad al mundo de los muertos.

Ilustración: Carlos Isola.

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