miércoles, 16 de septiembre de 2015

Urgente cambio de nombre



El juez se paró frente al enorme paredón y quedó hechizado por la belleza. Era conmovedor ver cómo los chorros de agua brotaban de ese enorme muro de piedras de basalto ennegrecido.
A fines del siglo XIX, Marcos Soza había asumido como juez del territorio neuquino y había viajado hasta el lugar para ratificar lo que todos le contaban acerca de este lugar de fascinantes cascadas que formaban un arroyo y desembocaban en el río Nahueve.
El silencio de la montaña sólo permitía escuchar el ruido del agua proveniente de las cumbres nevadas y filtrada a través de la pared de material volcánico que caía insistentemente de manera pura y cristalina.
Al lado del juez, estaba Atilio Ramírez, un poblador de la zona, que miraba el paisaje y cada tanto dirigía sus ojos al magistrado que seguía como si estuviera bajo un trance profundo. El paisano había visto mil veces el lugar y por eso se sorprendía de la actitud del hombre que cerraba los ojos cada tanto, tomaba aire fresco y dejaba que el sol del norte lo acariciara.
“Don juez…”, le dijo tímidamente. Pero... nada. Soza seguía extasiado.
“Don juez”, insistió tocándole el hombro.
Soza salió por un momento de su sueño y giró la cabeza hacia el paisano.
“Con el Mauro y don Jaramillo estuvimos pensando su idea de cambiar el nombre…. Pero a nosotros nos gusta así como está”, dijo con un poco de vergüenza.
Varios metros atrás del lugareño había dos paisanos que los miraban de lejos. Eran pobladores de la zona que lo habían enviado a su amigo para que tratara de convencerlo al juez de que no le cambie el nombre a las cascadas. Ambos esperaban con ansiedad el final de la negociación.
“Mire Ramírez… -dijo Soza con un poco de fastidio- Ya lo hablamos al tema…”.
Y prosiguió: “Mire esa pared Ramírez…. Mire el cielo… mire lo que es esa vista… ¿cómo calificaría esa vista Ramírez”, preguntó señalándole las piedras y los chorros de agua que caían a borbotones.
“Bonita”, contestó el paisano.
“¡Bella!, corrigió el juez. “Y si la vista es bella ¿¡por qué no le podemos llamar Bella Vista en vez de ese nombre grosero y soez?!”, dijo con tono enérgico.
Ramírez se dio vuelta y camino unos 100 metros para encontrarse nuevamente con los dos amigos que esperaban ansiosos las negociaciones de su emisario.
“Me dijo que si la vista es bella se tiene que llamar Bella Vista y que el otro nombre es soez y no se cuanto”, les explicó contrariado.
“¿Y qué es soez?, preguntó el Mauro. Los otros se quedaron callados.
“¿Y le dijiste lo de los chorritos?, preguntó Jaramillo. “¡Andá y decile lo de los chorritos, pué!”, le ordenó casi empujándolo.
Ramírez caminó nuevamente hasta donde estaba el juez que había vuelto a contemplar serenamente la cascada.
“Don juez….”, dijo tocándole un brazo.
“¡Otra vez Ramírez…!”, contestó fastidiado el magistrado.
“Yo no se si se lo había dicho lo de los chorritos…”, intentó explicar con voz finita y casi imperceptible. Soza lo interrumpió.
“Sí, me dijo lo de los chorritos, pero imagínese el día de mañana, Ramírez… dentro de muchos, pero muuuuuchos años. Va a venir gente de todos lados a ver este maravilla y cuando se enteren de cómo se llama el lugar ¡se van a querer volver Ramírez!”, le explicó tratando de contener la calma. Y lo acompaño con un abrazo por el hombro: “Vaya con sus amigos tranquilo y dígales que todo va a salir bien, créame”.
La cuestión es que Atilio y sus amigos se fueron sin comprender la postura del juez, que para ellos era un capricho.
El magistrado volvió a Chos Malal apurado para asentar en los libros de la gobernación el nuevo nombre del paraje.
Desde entonces y hasta la actualidad, ese hermoso lugar del norte neuquino se llama oficialmente Bella Vista y es admirado y visitado por gente de todo el país y el mundo.
Los descendientes de aquellos lugareños también lo admiran. Pero, fieles a sus tradiciones, prefieren llamar a las enormes piedras que tiran chorros de agua de la misma manera que lo hicieron sus antepasados: Fueron son y serán “Las Meonas”. Aunque los mapas y los gobiernos digan lo contrario.

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