Guido Ortiz y Sandra Betti son
una pareja normal, pero todos los días tienen que sortear emergencias,
de las más simples hasta las más graves. Cuando llegan a su casa,
después de un día intenso de trabajo, hablan de lo que les pasó: él
asistió a una persona infartada y ella a dos heridos en un accidente
terrible. A veces las historias tienen un final feliz. Otras, no tanto.
Guido (44 años) es camillero del Servicio Integrado de Emergencia de
Neuquén (SIEN), Sandra (46) es enfermera en el mismo trabajo. Ambos
llevan juntos la mitad de sus vidas desde que se conocieron una vez en
Mar del Plata. Ella es oriunda de La Feliz; Guido es tucumano. El
destino los trasladó a Neuquén, donde ella consiguió el trabajo de
enfermera, una pasión que tiene desde siempre, y él tuvo la oportunidad
de integrarse al servicio hace tres años.
“Mi abuela, que también era enfermera, me contagió el amor por las
personas que sufren una enfermedad. Desde que era una nena jugaba a
curar a las muñecas”, dice Sandra, ansiosa por contar su historia. Es
simpática y habla hasta por los codos. Ella misma lo reconoce y se ríe.
Guido es más parco y paciente. La escucha con admiración y asiente cada
frase que lanza su esposa.
“A veces trabajamos juntos, pero no siempre”, explica Sandra. Es que la
grilla de guardias los suele cruzar algunos días de la semana. Entonces
se suben los dos a la ambulancia a enfrentar las emergencias del día.
No es sencillo para ellos, ya que cuando lo hacen dejan en su casa a
cinco hijos que tienen desde 8 a 22 años, pero que ya están
acostumbrados al intenso trabajo de sus papás. “No es fácil para
nosotros, pero nos gusta lo que hacemos”, asegura Guido.
Con el SIEN salen a la calle ante el primer llamado de emergencia y
atienden todos los casos, desde los más simples hasta los más graves.
Llegan a los pocos minutos de haber ocurrido el accidente y gracias a
los primeros auxilios muchas veces salvan vidas. Asisten a personas con
infartos, heridos graves por un choque en la ruta, descompensaciones,
accidentes laborales, traumas y hasta concurren a aquellos lugares donde
hay personas que lo único que necesitan es un abrazo o una palabra.
“Una vez fuimos al llamado de una mujer mayor y cuando llegamos nos
dijo que estaba cansada, que su marido estaba con demencia senil y que
se sentía sola y sin ganas de cocinar. Nos quedamos hablando con ella y
la ayudamos a preparar la cena”, relata Sandra. “En realidad no tenía
nada, le dolía el alma”, agrega Guido.
¿Cómo logran abstraerse de las cuestiones más graves, aquellas que
duelen de verdad? Los dos coinciden en que lo importante es enfocarse
para ayudar al otro en todo lo que se pueda. Si eso se logra, el
objetivo está cumplido. Claro está que hay ciertos casos que los
conmocionan, como el de una embarazada de siete meses que vivía en una
casilla en la Toma 7 de Mayo en completa indefensión. “La casa tenía
paredes de madera, pero no tenía techo y ella estaba esperando a su hijo
en un colchón. Eso duele y mucho”, asegura Sandra.
Además de volcar sus servicios al prójimo todos los días, la pareja se
alimenta en la fe de la religión. Se trata de un motor extra que impulsa
al matrimonio a seguir ayudando aun cuando no están en su lugar de
trabajo.
Sus hijos también mamaron el sentido de la solidaridad y la ayuda al
otro. La más grande, de 22, ya realizó una misión en Brasil y la que le
sigue, de 20, lo está haciendo ahora en México. Los otros todavía no
salen, pero todo indica que seguirán los pasos de sus padres.
“Somos una familia muy unida y con muchas ganas de ayudar”, aseguran
casi a coro. Dicen que antes de salir a la calle a enfrentarse con la
vida, elevan una plegaria y que cuando llegan después de un día agitado
también agradecen con una oración por lo vivido y por lo que vendrá.
Por lo demás, se sientan a la mesa como cualquier familia, hablando de
las sensaciones que tuvo que pasar cada uno durante su salida en
ambulancia, cuando el turno no les coincidió, y hacen un balance de la
jornada que, por lo general, siempre es larga e intensa.
Y cuando llega la noche y el cansancio puede más que cualquier otra
cosa porque también hay que atender a los hijos (especialmente a los más
chicos), Guido y Sandra se refugian en el descanso. Al día siguiente
tendrán, una vez más, la rutina del trabajo y la aventura. Y todo el
vértigo que sólo conocen los que atienden emergencias.
El dolor por la muerte absurda
Sandra y Guido están acostumbrados a ver lo más dramático e
impresionante de los traumas, pero ya están anestesiados de tanto andar
por la calle. Sin embargo, a lo que no pueden acostumbrarse nunca es a
las muertes tan increíblemente absurdas como evitables. Ambos tienen
fresco en sus memorias el caso de un vuelco ocurrido en la Ruta
Provincial 7. Cuando llegaron con la ambulancia encontraron a un hombre
tirado, ya sin vida, al lado de su vehículo. Dicen que parecía dormido y
que no tenía un solo rasguño, pero la imprudencia había volcado el
destino en su contra. “La gente anda apurada, como loca y no se interesa
por el otro. Parece que no tuvieran tiempo y encuentran la muerte de
manera repentina y absurda”, aseguran.
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